Empezó a ser mi teoría sobre el olvido ;

El dejar ir heridas y sus implicaciones, para mi es un proceso tan orgánico como el ciclo de vida de un chupon (suena raro, pero según yo tiene sentido). Al principio se ve mucho la marca, no la puedo esconder ni con tres kilos de maquillaje, una bufanda y mis mejores intenciones. Luego poco a poco me doy cuenta de que si yo pienso menos en el moretón que traigo expuesto, éste pierde importancia, puede convertirse en objeto de bromas que lo hacen menos serio y a la larga se vuelve cada vez más tenue, hasta que un día cuando me miro en el espejo la piel blanca de mi cuello ya sólo muestra los lunares de siempre y no queda más que el recuerdo ligero del chupon que en algún momento me pareció tan grave.

El perdón implica olvido, pero no un olvido amnésico de trama de telenovela o terrorífica realidad de asilo de ancianos, si no un olvido brillantemente selectivo. Para dejar ir no hay que olvidar con la cabeza, no hay que borrar los hechos y sus aprendizajes, hay que olvidar con todo lo demás. A los que les tiene que dar amnesia es a los dedos que se adormecieron de tristeza, al corazón que se apretó de dolor, a la columna vertebral que se retorció con escalofríos y al estomago revuelto que acompañó cada recuerdo de la herida.
Así con suerte, un día cuando la mente en uno de sus arranques masoquistas nos regrese al recuerdo de las cosas que más nos duelen, no quedaran más que los contornos del golpe en la memoria y en el cuello sólo lunares decorando la piel.