Hay amores que son como las estaciones; vienen por un tiempo, y después se van. Amores de boliche, de una sola noche, en los que entran en juego la pasión y los impulsos. Hay amores de novela, que van y vuelven, y pasan por mentiras, engaños, y también momentos inolvidables. Hay amores de película, con ese final feliz que cada espectador espera ansioso, imaginando el conocido “y vivieron felices para siempre”. Hay amores platónicos, que se tienen en la fantasía. Hay amores de un día. Hay amores profundos, que duran jardín, primaria y secundaria. Hay amores imposibles y poco probables. Pero hay amores que son verdaderos, duraderos, y posibles.
Es que el amor es así; dos personas, dos almas, que hacían distintos caminos, se unen y se hacen uno solo. Es como el rafting, que si uno no rema no sirve, porque el esfuerzo de todos debe ser en igual medida. Y siempre, siempre, hay que remar.
Es como una pareja de baile; ya no son dos bailarines, sino que son una pareja. El movimiento de uno, influye en el otro.

El amor necesita ser guiado, como el baile. En él hay seducción, contacto, sentimiento, miradas, pasos.
El baile es la expresión plena y nata del amor entre dos personas. Si uno avanza, el otro retrocede, pero bailan juntos, y lo logran con trabajo en equipo. Los logros son de la pareja, los errores son de la pareja. Y así, como dice un buen amigo, 1+1, ya no es 2; es 1.

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